
Definir el concepto de felicidad es tarea ardua. Seguramente sea una de las definiciones más controvertidas y complicadas. El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar.
Pero qué carajo es la felicidad? ¿Un estado de ánimo, una ilusión, una quimera, una palabra hueca, una excusa, un seudónimo, un sermón envenenado? ¿A quién y cómo alcanza la felicidad? ¿Debemos celebrarla si llega a nuestra vera? Como advierte mi amiga Virginia: ¿Para qué desear felicidad en las fiestas, si es en ellas cuando se da por entendida? ¿No habría que reclamarla precisamente en los momentos aciagos, como en los lunes grises de enero, en los que cuesta unas cuantas montañas de felicidad llegar enteros al trabajo? ¿Es felicidad ser conscientes de que somos felices?
Después de la cuarta caña llegan las conclusiones. Muy pocos de nosotros disfrutamos plenamente de algo. Es muy pequeño el júbilo que nos despierta la visión de una puesta de sol, o ver una persona atractiva, o a un pájaro en el vuelo, o un árbol hermoso, o una bella danza. No disfrutamos verdaderamente de nada. Miramos algo, ello nos entretiene o nos excita, tenemos una sensación que llamamos gozo. Pero el disfrute pleno de algo es mucho más profundo…
Para conocer el verdadero gozo, uno debe ir mucho más profundo. El júbilo no es mera sensación. Requiere una mente extraordinariamente alerta, que pueda ver ese "yo" que acumula más y más para sí mismo. Un "yo" así, un ser así, jamás podrá comprender este estado de felicidad en el que no existe "uno" que es feliz. Debemos comprender esto tan extraordinario, de lo contrario, la vida se vuelve muy trivial, superficial y mezquina: nacer, aprender unas cuantas cosas, sufrir, engendrar hijos, asumir responsabilidades, ganar dinero, tener un poco de entretenimiento intelectual y después morirse.
Se acaba la noche, en estos días te llamo y volvemos a quedar para otras cañas… Se Feliz.
Pero qué carajo es la felicidad? ¿Un estado de ánimo, una ilusión, una quimera, una palabra hueca, una excusa, un seudónimo, un sermón envenenado? ¿A quién y cómo alcanza la felicidad? ¿Debemos celebrarla si llega a nuestra vera? Como advierte mi amiga Virginia: ¿Para qué desear felicidad en las fiestas, si es en ellas cuando se da por entendida? ¿No habría que reclamarla precisamente en los momentos aciagos, como en los lunes grises de enero, en los que cuesta unas cuantas montañas de felicidad llegar enteros al trabajo? ¿Es felicidad ser conscientes de que somos felices?
Después de la cuarta caña llegan las conclusiones. Muy pocos de nosotros disfrutamos plenamente de algo. Es muy pequeño el júbilo que nos despierta la visión de una puesta de sol, o ver una persona atractiva, o a un pájaro en el vuelo, o un árbol hermoso, o una bella danza. No disfrutamos verdaderamente de nada. Miramos algo, ello nos entretiene o nos excita, tenemos una sensación que llamamos gozo. Pero el disfrute pleno de algo es mucho más profundo…
Para conocer el verdadero gozo, uno debe ir mucho más profundo. El júbilo no es mera sensación. Requiere una mente extraordinariamente alerta, que pueda ver ese "yo" que acumula más y más para sí mismo. Un "yo" así, un ser así, jamás podrá comprender este estado de felicidad en el que no existe "uno" que es feliz. Debemos comprender esto tan extraordinario, de lo contrario, la vida se vuelve muy trivial, superficial y mezquina: nacer, aprender unas cuantas cosas, sufrir, engendrar hijos, asumir responsabilidades, ganar dinero, tener un poco de entretenimiento intelectual y después morirse.
Se acaba la noche, en estos días te llamo y volvemos a quedar para otras cañas… Se Feliz.
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